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viernes, 30 de abril de 2010

“Mi hijo no es un problema”

Padres de niños con necesidades educativas especiales se enfrentan a una lucha constante para lidiar con un sistema educativo que aún no cuenta con los recursos ni con la formación e implicación docente para atender a sus hijos

Hechos como el ocurrido hace unos días en el colegio La Aduana demuestran que la integración y la atención de los niños con necesidades educativas especiales aún no existe en el sistema educativo andaluz. Rafael, un niño de siete años diagnosticado como hiperactivo con impulsos violentos, fue expulsado del centro, del comedor y del transporte escolar por el director de su colegio por mala conducta.

Sin embargo, para la madre de Rafa, Rita Pavón, la expulsión de su hijo se ha debido a que el centro no ha atendido al niño como debiera pues, pese a que ella se ha encargado de que conozcan su diagnóstico, no le han facilitado ningún apoyo ni refuerzo educativo especial que le ayude a desarrollarse con su trastorno y, pese a que éste sigue un tratamiento, “lo único que dicen es que no tiene educación y que está muy mimado. No entiendo cómo se habla tanto de la integración de los niños con necesidades educativas especiales y mi hijo ahora está en la calle. No tienen en cuenta que tiene una enfermedad”.

Lo cierto es que esta carencia de atención, junto a una falta de formación y hasta de voluntad del profesorado, es el día a día que encuentran en el sistema educativo muchos de los padres cuyos hijos son alumnos con necesidades educativas especiales. Autistas, borderline (personas con inteligencia al límete) o hiperactivos, como Rafa, a los que, según sus familias, el sistema aún no ha sabido atender pese a que Andalucía tiene leyes específicas para ello.

Mientras, la gran mayoría de ellos, tal y como asegura Rita, se pasan los años peleando para conseguir que sus hijos no sean vistos como un problema para el sistema educativo pues, “mi hijo no es un problema, sino un niño que tienen una enfermedad que les impide desarrollarse al ritmo del resto pero sobre el que se puede trabajar.

La lucha que mantienen muchos padres y muchas madres porque sus hijos reciban la educación que merecen los lleva a compensar la escasa atención que como denuncian, reciben de la administración y asumir ellos los costes de una atención complementaria que por lo general, suele ser muy costosa. Los padres de Guillermo, un niño autista de 16 años, incluso se vieron obligados a acudir a un especialista privado para que diagnosticara a su hijo con tres años y ni por ello, el centro contó con los recursos necesarios.

De hecho, tal y como asegura Ana, la madre de Guille, la ausencia de recursos en el sistema educativo les llevó a acudir a una terapeuta privada que desde que el niño tenía tres años acudía a casa a trabajar con él. En el colegio al que iba su hijo, “la profesora de Infantil lo metía en el cuarto de las fregonas con la profesora de prácticas cuando se ponía nervioso, no podíamos interactuar con él pero a los quince días de venir la terapeuta el cambio fue increible”. A raíz de la mejoría de Guillermo sus padres fueron conscientes de que sólo ellos podían volcarse en el desarrollo de su hijo. Ana lleva al niño a una asociación en la que recibe un refuerzo educativo tres días a la semana y dónde trabaja el lenguaje pues, en este momento, tal y como ella explica, “es su principal deficiencia”.



Falta formación y voluntad docente

Para Ana, la madre de Guillermo, su caballo de batalla diario y la principal barrera que impide que su hijo reciba del sistema educativo lo que merece, junto a la falta de recursos, es la escasa formación y la poca voluntad que tienen los propios docentes. Su batalla diaria consiste en pelear porque los profesores de educación especial del aula específica de autismo a la que asiste su hijo, sepan qué es el autismo.

Tanto es así que, tal y como ella misma asegura, lleva todo el curso protestando porque no están haciendo las cosas bien con Guille. “Estoy cansada, ya no puedo más con esta situación. Los profesores son personas que llevan toda la vida en educación especial pero no están especializados en autismo. Prácticamente he tenido que enseñar a la profesora cómo hacer las cosas con él”.

De hecho, lo que esta familia echa en falta es que su hijo trabaje básicamente aquello que le permitirá desarrollarse pues, al igual que a otros muchos niños con necesidades educativas especiales, no son pocos los días que pasan sin hacer nada. “Lo que queremos es que le trabajen la planificación, la ejecución y las habilidades sociales. Ahora únicamente se lo trabaja un logopeda tres horas a la semana en el instituto, en la asociación y nosotros en casa, cuando debiera ser lo que debiera estar haciendo a diario y no copiar poesías”, como hace ahora.



Renunciar a la integración

Todas las carencias que supone pelear para que los niños con necesidades educativas especiales estén integrados, lleva a muchas familias a renunciar a la intengración e incluso a la educación pública en favor de centros de educación especial o privados dónde al menos, se garantizan que tendrán una mayor atención y dedicación. Para ello, Rosa Matas, madre de Cristina, una niña border line con quince años, optó por escolarizar a su hija en la modalidad de educación especial y dejar atrás el centro público de su barrio.

Hoy, esta madre reconoce que el desarrollo de Cristina, dos años después de cambiar de centro, ha sido enorme pues aunque en su anterior colegio la niña, diagnosticada con un retraso psicomotor leve, estaba integrada en el aula normalizada, Rosa sabía que “el centro no la estaba atendiendo bien. El profesor de educación a la integración no estaba especializado ni preparado”.

Ahora, en el centro al que asiste Cristina sólo hay cinco o seis niños por clase y el profesorado está muy implicado con ella hasta el punto de haber conseguido que pueda acudir a ciertas asignaturas en el aula normalizada. “Si no la hubiera cambiado estaría más aislada y no habría avanzado tanto, se sentía frustrada. Ahora tiene una adaptación del currículum a su nivel y va superando pruebas. Es una pena que el sistema educativo no haya sabido todavía integrar a los niños como mi hija”. Para ésta familia, como para tantas otras, siempre les quedará la sensación de que sus hijos pueden avanzar mucho más, de que es posible que lo hagan integrados y sin suponer un problema al sistema que hay que aislar.

De hecho, asegura Ana, “lo único que necesitamos es que los profesores estén formados y motivados, sensibilizados ante el problema que tienen nuestros hijos. Los niños con necesidades educativas especiales que progresan es porque tienen suerte y recursos propios para hacerlo pero hay muchos que se estancan y es una auténtica pena”.

Ellos seguirán luchando por su cuenta para que sus hijos puedan avanzar contra sus enfermedades y contra un sistema educativo que de momento, no ha sabido dar el lugar que merecen a los niños con necesidades educativas especiales.




La integración favorece su desarrollo

Las familias que tienen hijos escolarizados con necesidades educativas especiales están convencidos y luchan porque sus hijos estén integrados en aulas normalizadas pues para ellos, la integración de estos niños con otros que no necesitan ningún refuerzo, les ayuda a estar motivados y a sentirse apoyados y que de hecho, tanto para nos como para otros, resulta positivo. De lo contrario, como asegura la madre de Rita, un niño hiperactivo, “lo que conseguirán aislándolo será que vaya a peor. Lo que queremos es que los atiendan como debieran. El coste no es grande lo que falta es voluntadc para hacerlo”. Tanto es así que la legislación andaluza de atención a la diversidad contempla medidas como la adaptación curricular y el refuerzo o apoyo educativo para hacer posible la integración. Si bien, de momento, aún es una cuenta pendiente en el sistema.

Fuente: La calle de Córdoba.nº610

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